Otra Sociedad CLXXV

Mire a donde mire, lo único que ve es rocas y más rocas, arena y más arena, todo es absolutamente llano, su vista se pierde en la inmensidad de lo que percibe. No sabe hacía a donde ir, todo le parece igual, tiene sed, dentro de poco con toda probabilidad tendrá hambre, y lo único que le alegra es saber que de morir no sólo no lo hará solo, sino que lo hará junto a la persona que ama, si bien no sabe si eso puede considerarse un motivo de alegría. Tras liberar a Julia, ambos necesitaban un respiro, y se sentaron cada uno en uno de los asientos de la nave, de esos que deben estar fabricados del mismo material del que está hecha su caja negra, porque mientras la mayoría de la nave está hecha añicos, ellos estaban de una pieza, desafiantes, impasibles ante la tragedia que les rodeaba. En ese rato ha reinado el silencio, y eso no sólo le ha servido para darse cuenta de la gravedad de su situación, sino para observar el cielo marciano. Hay tres soles, cada uno de diferente tamaño, dos apenas imperceptibles y uno que se percibe con mucha más intensidad que el que hay en la Tierra. Eso explica porque tiene tanto calor, y que de igual que hayan colocado ambos asientos a lo sombra de un trozo de fuselaje de la nave, hay momentos en que el aire está tan caliente que parece que va a quemar sus pulmones. Su vida es ahora un reloj de arena que han volcado hace rato y que está a punto de vaciarse, si sigue este ritmo de deshidratación no debe de quedarle mucho, y lo mismo le debe de pasar a ella.

No es que haya dejado de estar cómodo en donde está sentado, pero el no hacer nada para arreglar la situación en la que están, le está provocando ansiedad, o empieza a moverse o va a empezar a pagarlo con las uñas de sus dedos y eso que nunca ha tenido el hábito de morderlas.

  • Evaristo: Julia, ¿estás ahí?
  • Julia: ¿Pues dónde quieres que esté sino?
  • Evaristo: No sé, lo mismo estabas en otra parte, no en cuerpo, sino en tu cabeza.
  • Julia: No es el momento para filosofar, ¿qué te pasa?
  • Evaristo: Tenemos que hacer algo, ¿no?, ¿o nos vamos a quedar aquí hasta que nos disequemos?
  • Julia: Eso es en lo que estaba pensando.
  • Evaristo: ¿Sí?, ¿y que has pensado?
  • Julia: En que estamos en mitad de la nada, y que nuestra única esperanza de seguir con vida va ser encontrar las provisiones de la nave. A no ser, que nos comamos a los muertos, como los jugadores de rugby que se estrellaron en los Alpes.
  • Evaristo: ¿Habrá agua?
  • Julia: Tiene que haber de todo.
  • Evaristo: ¿Y a que estábamos esperando?
  • Julia: ¿Yo? a que tu descansases. 
  • Evaristo: Pues venga, vamos, que yo lo que tengo es una sed que me muero.
  • Julia: No digas eso.

Sabe de sobra porque no quiere que lo diga. Hay muchas probabilidades de que lo que es comúnmente dicho en la Tierra como una forma de exagerar las ganas que se tienen de beber agua, se convierta en realidad. Por eso, al acabar la conversación ambos se intercambian miradas lastimeras, comparten durante breves segundos carias en sus manos, y se levantan no sin dificultades de donde están sentados. Siente que estaba pegado al asiento por culpa de su sudor y la gravedad no es que ayude, es tratar de erguirse en el asiento y notar sus efectos, por eso más que levantarse lo que hace es arrastrarse sobre él hasta que da con sus huesos en el suelo.

  • Evaristo: ¿Por donde empezamos a buscar?
  • Julia: Eso da igual, va a ser como buscar una aguja en un pajar. Piensa que puede que haya restos de la nave a kilómetros de distancia. Busca en todo lo que veas.
  • Evaristo: Vamos a necesitar mucha suerte para salir de esta.
  • Julia: La suerte primero hay que buscarla, así que venga a trabajar.

Tiene toda la razón del mundo, la suerte primero hay que buscarla, por eso no discute más con ella y se pone hacer eso en lo que han quedado que hay que hacer. Como siempre, su principal problema es moverse, aunque sólo sean un par de metros ese desplazamiento supone un gasto enorme de energía. Pero no se desespera, y bajo los rayos de los soles abrasadores, alienígenas, se arrastra con la esperanza de encontrar alguna botella de agua de la nave. Sin embargo, vaya donde vaya nunca es capaz de dar con nada, todo lo que hay es siempre lo mismo, basura, basura y más basura, los restos de una nave espacial, o máquina del tiempo destrozada. Hasta que por fin oye gritar a Julia.

  • Julia: ¡Evaristo!, ¡Evaristo!, ¡creo que tengo lo que buscamos!, ¡corre ven!
  • Evaristo: ¡Voooy!

Si pudiera correr corría, pero no puede, lo único que puede hacer es arrastrarse más rápido de lo que lo había hecho hasta ahora, y tampoco mucho más rápido. Porque por más que lo intenta, sigue siendo lo más parecido a una tortuga de tierra terrestre. Julia no está muy lejos, al fin y al cabo han empezado a buscar partiendo desde el mismo punto, por lo que en términos terrícolas la distancia que los separa no es muy larga, otra cosa es en el planeta donde están ahora, porque unos escasos metros pueden necesitar lo mismo es esfuerzo y tiempo que kilómetros en la Tierra.

Aun así en un rato, largo, está donde está ella. No puede expresas lo que siente cuando ve lo que tiene en sus manos, es una mezcla de alegría, y un no es suficiente. Julia ha encontrado agua y comida, sí, pero ¿y eso por cuanto tiempo más les habrá salvado la vida? Aun así sonríe, y sonríe mucho, tanto que ella en seguida se da cuenta de que finge y de verdad lo que piensa.

– Julia: Menos da una piedra de estas, toma bebe.